Actriz, presentadora, periodista y ahora también escritora. Cayetana Guillén Cuervo presentó el pasado 18 de octubre en la sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés su primer libro: Los abandonos. Con la pérdida de su padre como punto de partida, desarrolla una magnífica reflexión sobre los distintos abandonos que el ser humano sufre a lo largo de su vida.
- ¿Cómo surge la idea de escribir Los abandonos?
- La idea de Los abandonos surgió porque Ymelda Navajo, que dirige La Esfera de los Libros, llevaba tiempo detrás de mí para que escribiera un libro, pero escribir una novela me daba mucho respeto. Desde hacía tiempo llevaba el tema de la pérdida de mi padre en la cabeza y eso me había llevado a reflexionar sobre otras cosas, así que le propuse escribir sobre los abandonos en sus distintas formas. La idea le gustó y de allí surgió el libro.
- El abandono es algo inevitable en la vida. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo?
- Porque duele mucho. Solemos vivir un poco de espaldas al dolor y nuestra religión católica tampoco nos ayuda mucho en ese aspecto, porque no intenta que entendamos desde el principio que la pérdida forma parte de la vida. Por eso lo vivimos con mucho dolor, con mucha angustia y mucha tragedia y estamos un poco solos ante cosas que son inevitables. Sin embargo, hablar de ello sienta bien. A mí me sienta bien hablar de ello con mis amigos y sacarlo, así que pensé que, si acertaba en el tono y en la manera de contarlo, al lector también le iba a sentar bien. Cuesta más hablar de estos temas que escribir o leer sobre ellos, porque la lectura y la escritura son espacios íntimos, mientras que expresarlo en voz alta es más difícil. Así que pensé que escribir sobre ello era como tener una conversación en bajito.
- De hecho, hablas sobre temas que solemos evitar porque no nos gusta pensar en ellos: la muerte, la vejez… ¿Te ha resultado incómodo escribir sobre temas tan difíciles?
- No ha sido nada incómodo, porque son temas sobre los cuales gravitamos. He escrito sobre ello desde un punto de vista muy sincero, muy personal, y puede que al hablar sobre un abandono detrás de otro parezca que tu visión de la vida es triste, pero no es así, es un tema sobre el cual hay que reflexionar.
- ¿Qué crees que se aprende de un abandono?
- Creo que se aprende poca cosa. Los abandonos son cambios que vamos sufriendo, heridas con las que aprendemos a convivir. Lo que sí se aprende es a darte cuenta de que vas a poder con ello y vas a tirar para adelante.
- ¿Has sentido que los lectores se han identificado con los sentimientos de los que hablas en el libro?
- Mucho, y eso ha sido lo más bonito que me ha aportado el libro: el proceso de identificación de la gente y las conversaciones preciosas que surgen con ellos. Me ha ilusionado ver cómo la gente se siente menos sola al leer mis palabras, al igual que yo me he sentido menos sola en muchas ocasiones al leer a determinados escritores.
- ¿Qué reflexión te gustaría que hicieran los lectores tras leer Los abandonos?
- Me gustaría que les acompañara, que a pesar de que puede ser duro hablar o leer sobre ciertos temas, les supusiera un apoyo cálido. Creo que esto es lo que suscita el libro y también lo que me expresa la gente cuando viene a las presentaciones: que leerlo les quita soledad.
- ¿Cómo compatibilizaste la escritura con el resto de tus ocupaciones?
- Todavía no lo sé. A veces en esta profesión se juntan las cosas, vas levantando un proyecto, luego sale otro y se cruza, y de repente te encuentras con tres o cuatro cosas a la vez. En ese punto no hay más remedio que sacarlas adelante, porque hay un compromiso. Al final, se trata de echar más horas, por la mañana hacia arriba y por la noche hacia abajo, alargar los días, ser muy organizado, pegarte palizas y sacarlo adelante.
- ¿Cómo nace la idea de incluir las acuarelas de José Luis Massó?
- Siempre pensé que los relatos tenían que estar acompañados de una especie de espejo que fuera más subjetivo que la propia narración y eso es lo que son los dibujos. Le pregunté a José Luis si se animaba y, como me dijo que sí desde el principio, abusé de su confianza, porque sus dibujos son una maravilla. Además, el hecho de trabajar con una persona con la que tienes confianza te facilita mucho la labor. De hecho, él era el primero que leía cada relato; cuando estaba acabado se lo pasaba a José Luis y él dibujaba a partir de eso. Por eso ha sido muy importante la confianza entre los dos.
- En el libro hablas sobre seis tipos de abandono (la pérdida de un padre, el desamor, el abandono de uno mismo, el nido vacío, el naufragio –abandono por parte del sistema- y el abandono de Dios). ¿Cuál crees que es el más duro de asumir?
- Sin duda alguna la pérdida de un ser querido. Es algo con lo que aprendes a vivir, pero que no acabas de encajar nunca.
- ¿Por eso decidiste empezar hablando sobre la pérdida de tu padre?
- Empecé por ahí porque me parecía el gran abandono, el abandono definitivo. Es la pérdida más difícil de entender, que te enfrenta a ti mismo y a tu propia comprensión de la vida, que te hace reflexionar profundamente para intentar superarlo. Eso fue lo que a mí me pasó: fue un frenazo en seco que te hace darte cuenta de que esto va en serio, de que un día te vas, o te diluyes, o te transformas. Y cuando el que se va es alguien tan importante como tu padre te encuentras mirando alrededor, dando vueltas sobre ti mismo y sin entender nada. Te obliga a enfrentarte a este trayecto extraño que es la vida y por eso me parece el gran abandono, no solo por la ausencia que conlleva, sino por todo lo que implica para uno mismo.
- En el texto mencionas que cuando alguien cercano te abandona una parte de él se queda dentro de ti y, de alguna forma, te cambia.
- Claro, todo lo que esa persona deja en ti es también lo que se lleva. Pero tú te quedas con todo lo que esa persona ha sido para ti, todo lo bueno que te ha dado. El legado para mí es más emocional e intelectual que otra cosa, es un legado de momentos compartidos, de conversaciones, de libros, de películas, de experiencias… Y todo eso se queda contigo porque forma parte de tu vida y eso es lo que te acompaña y te cambia.
- ¿El proceso de escribir sobre una experiencia tan personal y tan dura fue doloroso o más bien liberador?
- A veces una cosa y a veces la otra. Lo escribí con cierta distancia, precisamente para que no fuera excesivamente emocional, sino que tuviera una parte racional, intelectual y de análisis escéptico y frío. Al final, cuando te pones a reflexionar sobre esto piensas: ¿cómo puede ser así? No tiene mucho sentido que estemos caminando hacia delante para llegar hasta aquí, deberíamos conquistar una meta más feliz, con más luz, con menos dolor físico. Tanto caminar para llegar a una vejez y a un desenlace tan amargo… Cuando estás observando todo esto día a día te hace reflexionar y pensar: ¿pero entonces este trayecto para qué es? Pero cuando te pones a escribir sobre ello hay veces que duele y otras libera, sientes un poco de todo.
- ¿Cómo crees que se afronta el hecho de enfrentarse con uno mismo frente al espejo y ver que ya has envejecido?
- Mal. Depende del carácter y de la persona, también. Evidentemente, hay gente con más capacidad de ir asumiendo las cosas, pero también hay personas muy jóvenes de espíritu, con muchas ganas de vivir. Eso es lo que le pasa a mi madre, por ejemplo, yo noto que ella emocionalmente se ha quedado parada ya desde hace mucho tiempo en una edad, pero el cuerpo envejece y eso es algo que hay que recordar y adaptarse. Realmente es algo muy difícil de asumir.
- Mencionas varias veces que la sinceridad está sobrevalorada. ¿Por qué?
- Porque creo que una cosa es la honestidad, la lealtad, la verdad como forma de vivir y de relacionarte, y otra es ser sincero sobre la vida de los demás cuando nadie te lo pide. Me parece que eso suele estar motivado por un interés o emoción distintos a lo que la verdad puede significar. Creo que no consiste en ser sincero categóricamente y a pesar de todo, sino que hay que medir la situación porque a lo mejor el otro ni te lo pide ni lo necesita. Hay que pensar en la otra persona y saber medir el momento y las palabras, que la sinceridad no sirva solo para que tú no te ahogues y te sientas bien contigo mismo.
- En Los abandonos hablas también de la cara menos amable de la maternidad, de cómo un hijo te hace abandonarte a ti misma en cierta manera y dárselo todo para que aprenda a volar solo, pero cuando vuela es duro y hay que aprender a vivir con ello. ¿Cómo crees que se afronta esto?
- Yo no he llegado a ese punto porque mi niño tiene 11 años, pero lo escribí reflexionando sobre mis padres y sobre madres de mi alrededor. Hablo de madres porque, obviamente, el vacío es el mismo para los dos progenitores, pero yo me fijaba en madres de otras generaciones que habían dejado de trabajar, cuyas vidas estaban menos llenas de cosas personales. Cuando los hijos se van, esas madres sienten de repente un vacío, un silencio, algo extraño en la casa. Que los hijos se vayan forma parte de la vida, es más, es lo natural, pero no es fácil. Aún no sé cómo se lleva en primera persona, pero creo que es un abandono más que tienes que ir gestionando y colocando en algún lado.
Los abandonos
Autora: Cayetana Guillén Cuervo
Editorial: La Esfera de los Libros
Páginas: 186
Edición: cartoné
Precio: 21,9 euros
- Al tratar el tema de la infancia, la describes como una época de inocencia y felicidad en la que todo es posible porque todavía no se tiene el conocimiento suficiente sobre el mundo. ¿Crees que en esa inocencia, casi ignorancia, reside parte de la felicidad que nos cuesta tanto alcanzar?
- Sin duda. Cuando tienes un niño ves que en esa inocencia él es feliz y que, conforme la va perdiendo y se hace consciente de cosas, va perdiendo parcelas de plenitud. Ese proceso en el que dejas la inocencia, que es el proceso de formación, será el que te lleve a alcanzar el espíritu crítico, la conciencia y la lucidez, que son imprescindibles en la vida. Pero la pérdida de la inocencia supone, al final, una faena.
- En el capítulo “El naufragio” hablas sobre el abandono por parte del sistema. ¿Crees que la sensación de decepción generalizada hacia el sistema tiene solución?
- Creo que la solución está en un nivel individual y del grupo de pertenencia que te rodea, en tener una vida llena, porque verdaderamente esto no tiene solución a corto plazo. Si hablamos por ejemplo de un plazo de treinta años, para un sistema es muy poco tiempo, mientras que a ti se te han ido tus mejores momentos. En esos treinta años has vivido tu vida productiva, has puesto en marcha todo lo que has estudiado, aquello para lo que el sistema te ha formado, pero a veces ves que después de invertir en ti el sistema no sabe muy bien qué hacer contigo. Por eso no sé si el sistema nos va a poder solucionar esta sensación, me parece que la solución vuelve a estar en uno mismo y en la gente que te rodea, en cómo tú te apoyas en tu gente y tu gente en ti.
- En el texto reflexionas sobre las normas que nos impone la sociedad y sobre si realmente somos libres, si podemos salirnos de la norma sin ser juzgados. ¿Crees que a día de hoy la diferencia sigue estando mal vista?
- Está mucho mejor vista que antes, pero todavía queda un largo camino. Creo que las leyes van por delante y las costumbres por detrás, así que hay que educar poco a poco al propio sistema y a los ciudadanos en la idea de que la diversidad forma parte del ser humano y hasta ahora ha estado contenida, pero no es que no haya existido.
- Después de esta experiencia, ¿tienes pensado continuar escribiendo?
- La Esfera de los Libros está detrás de mí para que vuelva a escribir, pero ahora mismo tengo que pensarlo mucho porque no tengo mucho tiempo y me gustaría encontrar un tema que realmente me motive para hacerlo.
Sandra Alquézar es Graduada en Periodismo por la UZ. Trabaja en la sección digital de El Periódico de Aragón y colabora en Redaragon. Lectora voraz, escritora aficionada, consumidora incansable de música y cinéfila.
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